“To my parents, death existed merely as the logical, albeit extreme, result of not adequately exfoliating your skin. […] And please, if you’re still in denial, eating low-sodium, heart-healthy skinless chicken breasts and feeling all self-righteous as you jog on a treadmill, don’t pretend you’re any more realistic than my loopy parents.”

Madison Spencer tiene 13 años cuando muere (supuestamente) por sobredosis de marihuana, terminando en una celda en el infierno en donde conoce a otros jóvenes pecadores: una porrista, un nerd, un punk y un atleta, con quienes atraviesa parajes de uñas recortadas, ríos de sangre, lagos de saliva caliente y mares de esperma, finalmente consiguiendo un trabajo como vendedora telefónica mientras intenta descubrir por qué está en el infierno y confrontar al mismísimo Satanás, quien sus -aún vivos y ricos- padres siempre dijeron que no existía.

A lo largo del libro, Madison narra su vida actual en el Infierno empezando cada capítulo con un “Are you there, Satan? It’s me, Madison. [¿Estás ahí, Satanás? Soy yo, Madison.]” a la Judy Blume, describiendo un Infierno en el  que hasta la más mínima ofensa puede condenarte a una vida entre demonios que se alimentan de ti, con sólo dos posibilidades de empleo y todos los desechos de los pecadores que aún caminan sobre la tierra como tu nuevo hogar, encontrándose con personajes como Hitler, el Rey Lagarto, Catherine de Medici y Charles Darwin. También nos habla de su antigua vida, llena de privilegios, en la que fue criada por una estrella de cine y un billonario quienes creían fervientemente (a su extraña manera y egoísta manera) en reciclar, la reencarnación, la comida orgánica y en adoptar por periodos cortos de tiempo a niños necesitados.